Abro los ojos y veo tu piel desnuda, en silencio, meciéndose al ritmo de “Otherside”.

How long how long will I slide
Separate my side I don’t
I don’t believe it’s bad
Slit my throat
It’s all I ever…

Red Hot Chili Peppers, me traslada a Pokhara, la tercera ciudad más grande de Nepal, mientras mi mano te acaricia y empieza a derramar los colores que visten mi memoria con imágenes de aquel viaje inolvidable.

Navego por el Lago Phewa y me pierdo por el mercado que puebla su orilla. Me detengo para mirar a las mujeres lavar la ropa y tenderla al sol, formando una bandera cromática imposible de describir.

Aterrizamos en el valle y Kathmandú nos da la bienvenida mientras los ojos de Buda nos observan desde lo alto de Bouddhanath, la estupa más grande de Nepal, construida sobre una antigua ruta comercial hacia el Tibet. Según cuenta una leyenda, una mujer pidió al rey un terreno para poder construir una estupa, construcción que simboliza el camino hacia la iluminación. Él le concedió su deseo, pero le dio una extensión de tierra que sólo pudiera ser cubierta por una piel de búfalo. La mujer cortó la piel de un búfalo en tiras finas, las cuales utilizó para rodear un área bastante considerable de terreno y el rey no tuvo otro remedio que concederle la construcción de la estupa que ahora se alza, majestuosa, frente a nosotros, con sus ruedas de oración talladas con el mantra Om Mani Padme Hum.

Mi memoria rebusca las imágenes de la Plaza Durbar, conocida actualmente como Hanuman Dhoka, donde se sitúan los palacios y templos de los reyes, hasta llevarme a la casa de la diosa viviente Kumari, la reencarnación de la diosa Taleju.

El calor es sofocante y siento cómo mi piel brilla bajo la camiseta húmeda. Intercambiamos sonrisas cómplices y el tiempo se detiene en un abrazo que congela ese instante que jamás volverá a ser. Rescato el paseo por el barrio Thamel y el mercado de Indrachwok y Ason arrastrados por las fuertes piernas de un joven nepalí que pedalea su rickshaw al tiempo que nos regala amabilidad y cariño. Y me pierdo entre las risas interminables, estridentes, que invaden nuestro espacio común y se instalan para vivir con nosotros la travesía hasta el Parque Nacional de Chitwan, donde, a lomos de elefante intentamos divisar “tigers”, que se resisten a aparecer entre la vegetación. Solo un par de rinocerontes despistados beben de las aguas del río Rapti, por el que navegamos con nuestra pequeña barca.

Sin embargo, mi mano, dueña de mis sentimientos, viaja conmigo hasta mis entrañas y ahora, con ACDC como única compañía, empieza a bailar con el pincel entre los colores del amanecer sobre la cima del Himalaya. Seis Annapurnas observan inmóviles el monte Sarangkot, donde la magia ata pequeños lazos invisibles que tejen una red de momentos compartidos, de aventura, de compañerismo y de ríos de lágrimas divertidas que se desatan sin control cada vez que vemos aquella foto de Iván y Antonio.

La luna, cansada, mira con tristeza mi cuadro terminado, memoria de una tierra única que hoy vive a oscuras.

Sara, viaje a Nepal, Junio 2014

Homenaje a un pueblo que sufre las consecuencias de un terremoto devastador.